EL OTRO COMO MI ESPEJO
Jesús
Enseñó: "Ama a tu prójimo como a ti mismo” y “No hagas a otros lo
que no te harías a ti". Dijo esto porque tu prójimo eres tú y, cuando
le haces algo a otros, te lo estas haciendo a ti mismo.
No hay nadie allí fuera. Todo
lo que vemos es un reflejo, imágenes de nuestro propio Ser. Cuando
luchamos, luchamos contra nuestro Ser. Cuando amamos, sólo estamos
dándole amor a nuestros Ser. Existe un único Ser en todo el universo:
nosotros.
Si
la acción de alguien me enoja, me pregunto: ¿Hago yo eso? Si soy
sincero, en la mayoría de los casos la respuesta es afirmativa. Casi
siempre que reaccionamos antes los demás es porque hacen algo que no
aceptamos en nosotros. Si haces una lista de los aspectos
positivos y negativos de una persona que no te gustan, lo más probable
es que descubras muchas semejanzas con tu persona. Este ejercicio
requiere un alto grado de sinceridad, pero si lo puedes hacer, crecerás
tremendamente con la experiencia.
La clave para discernir qué es nuestro y qué es de otros, está en comprender la diferencia entre la observación y la reacción. Puedo
observar que una habitación está desordenada, que una palabra está mal
escrita o que una persona tiene la mala costumbre de interrumpir a otros
mientras hablan. Si puedo verlo claramente sin ninguna carga emocional,
estoy ejerciendo la necesaria facultad de la discriminación, y dicha
observación me beneficia tanto a mí como a la persona que ejecuta la
acción. Si, por otra parte, me irrita ver a alguien haciendo algo que me
desagrada y pierdo los nervios, entonces estoy reaccionando, y lo más
probable es que eso sea un indicio de que actúo de la misma manera pero
me niego a aceptarlo. Para realizar este ejerció es necesario ser muy
sinceros, y para beneficiarnos de él debemos querer con más
ahínco crecer que llevar la razón o mantener nuestros juicios de valor u
opiniones.
Carl
Jung lo denominó la “Sombra”. Proyectamos en otros lo que no deseamos
ver en nosotros mismos. Debemos abordar esta falta de aceptación de
nuestro carácter y traerla a la superficie, ya que nuestro propósito en
la vida es hacer consciente lo inconsciente, y crecer para amarlotodo. Si
a través del ego nos cegamos para no ver esos aspectos nuestros que
desagradan, los proyectaremos sobre los demás y nos identificaremos con
los atributos opuestos, que creemos buenos y además capaces de aceptar.
Pero la clave consiste en destruir las ideas de separación
exponiéndolos a la luz. Tan pronto como nos segregamos de los
demás y decimos: “Yo soy bueno y tu malo”, hemos creado la mentira de la
separación, porque todos somos todo.
El
modo de desprendernos de la sombra es poseerla o aceptar como nuestros
esos aspectos que nos desagradan y no aceptamos en los demás.
Una vez que comprendamos que no reaccionamos ante el otro, sino ante
nosotros mismos, el conflicto se elimina inmediatamente de la relación,
pues eximimos a la otra persona de la necesidad de encajar en nuestro
molde. Lo único que tenemos que hacer ahora es cambiar nosotros, algo
más sencillo que intentar reformar a los demás o al mundo. De hecho, no transformaremos el mundo a menos que antes cambiemos nosotros.
Es
interesante observar que la “sombra” puede originar separación hasta la
esfera de lo “bueno”. Si tienes la tendencia a idolatrar y adorar a un
gurú o maestro, tal vez hayas creado una especie de “sombra Blanca” que
debes integrar. En este caso, renuncias a aceptar que dentro de ti
existe una buena cualidad, por ejemplo, sabiduría, amor o bondad. Al
proyectarla sobre el maestro y creer que él o ella tienen pero tú no,
creas otra separación y niegas la sabiduría, amor y bondad que moran en
tu interior. Cualquier maestro de la Verdad le recordará a sus estudiantes que todo lo que buscan en él ya existe dentro de ellos.
Me
viene a la cabeza la historia de Narciso, que perdió la conciencia de
sí al quedar fascinado por su imagen reflejada en el están que. Aunque
normalmente la entendemos como una lección contra la vanidad, sus
implicaciones son mucho más profundas. Si, cuando miramos a otros, sólo
nos vemos a nosotros, como Narciso, nos estamos dejando fascinar por el
reflejo de nuestra imagen. La única forma de librarnos del
hechizo es percibir nuestro ser, no su imagen. El sueño se acaba cuando
nos damos cuenta de que nuestro ser lo componen todos los actores que
actúan en la obra.
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