DOLOR ANTE UNA RUPTURA
Cuando
se está inmerso en un duelo es complicado el darnos cuenta que es
necesario pasar por ello, que las dificultades nos hacen fuerte. En esos
momentos algunos actúan sumiéndose en el dolor y otros procuran
evadirlo rápidamente, más que intentar “hacer algo” es mejor practicar
la quietud y reflexionar sobre la experiencia.
He
pasado por muchas experiencias que me han llevado a vivir un duelo, en
ocasiones evadí y en otras la tristeza parecía consumirme. Más lo que
aprendí con cada una de esas experiencias no tiene precio y hoy desde
este lugar puedo ver que lo que en ese entonces parecía una gran
tormenta, hoy parece que fue sólo una pequeña lluvia. Existen
momentos en una relación en donde la despedida es lo más adecuado, el
tomar lo aprendido y seguir cada quien por rumbos distintos.
Aunque el dolor parezca desgarrar el corazón, es muchas veces más sano
quedarnos en una relación tóxica y por ende destructiva, donde no hay
compromiso ni amor.
El
saber vivir una ruptura con la mayor dignidad posible es un reto, más
la recompensa es el autoconocimiento, la fuerza interna y el
autodescubrimiento. Además de la madurez para poder en un momento
determinado disfrutar a plenitud de otra relación, existen etapas por
las cuales se debe transitar para madurar y aprender a través del duelo.
Ante una ruptura de una relación lo primero que ocurre es que “nos negamos”
a aceptar que la relación ha terminado e insistimos en llamar, se tiene
esperanzas que el otro se arrepienta de la situación o que puede
cambiar o que nosotros lo podemos hacer, es una etapa de promesas de
cambio para volver a comenzar la relación o impedir su ruptura
definitiva. En ocasiones también se puede empezar otra relación justo
antes de la ruptura o inmediatamente después, con la finalidad de no
asimilar el dolor y huir del dolor. Siendo este un grave error porque es
el camino seguro para que nuestros problemas se acrecienten es esta
nueva relación, al no darnos tiempo para reflexionar y asimilar los
errores cometidos anteriormente.
Cuando pese a todos nuestros intentos no se retoma la relación y nos damos cuenta que la ruptura es definitiva surge “la ira”
para con nosotros mismos y también para el otro, surge el resentimiento
“todo lo que dí”, “es una mala persona”, etc. Nos molestamos con
nosotros mismos y con el mundo en general. En esta etapa se puede
empezar a llevar una conducta autodestructiva como por ejemplo comer
mucho o hacernos asiduos en el consumo de estupefacientes, inclusive se
puede llegar a la promiscuidad sexual, pensando que dañamos al otro con
esta actitud. Algunos en casos extremos también pueden intentar
suicidarse o asesinar al otro, al sentir que no son capaces de vivir sin
el otro y estar tan enojados que deseamos hacernos daño o dañar al
objeto de nuestros deseos. Suele darse también la situación que si el
otro tiene una nueva pareja la ira puede ser mucho más profunda. En este
momento sólo recordamos los momentos negativos de la relación y los
magnificamos.
Si
se aprende a fluir con la ira y reflexionar sobre ella, ocurre que un
momento nos damos cuenta que no lleva a ninguna parte estar de esa
manera, en consecuencia “acordamos y realizamos una tregua”,
un buen día nos vemos al espejo y se nos hace un desconocido la imagen.
Es un momento cumbre porque es el inicio de la sanación definitiva. De
pronto nos encontramos por la calle a nuestra ex pareja, o nos
tropezamos con el cajón de los recuerdos, suena la música con la que nos
enamoramos, etc. Cualquier evento puede ocasionar “la depresión”
que es la siguiente etapa en la cual se llora desconsoladamente,
extrañando a nuestra ex pareja, rememorando en nuestra memoria solo los
momentos bonitos, de pronto nuestra memoria borra selectivamente todos
los malos ratos que se vivieron en pareja y vemos que todo era hermoso,
por lo cual la tristeza y el dolor pueden ser intensos. Este es el
momento adecuado para interiorizar y enfocarnos en nuestra actitud, en
los actos que realizamos y en el no idealizar la relación pasada; más
bien es un momento para reflexionar en los fallos, en los vacíos que se
intentaban llenar con la otra persona. Revisar nuestras antiguas
relaciones, incluyendo la de nuestros padres.
Si
luego de ir a nuestro espacio interno se toma lo que es nuestro y se
deja lo que es del otro, agradeciendo cada momento vivido y todo el
aprendizaje que se adquiere. Reconociendo todos los buenos momentos y
los no tan buenos, ocurre el milagro de “la aceptación”,
ahora vemos hacia atrás con satisfacción, se tienen todas las fuerzas y
las ganas de seguir adelante y de volver a enamorarnos. Es importante
vivencias cada una de estas etapas, porque muchos de los fracasos de las
parejas resultan de no haber cerrado correctamente relaciones
anteriores y quedarnos anclados en etapas que no se cerraron
adecuadamente y que proyectamos en nuestra pareja actual.
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