LOS NIÑOS DE HOY Y SU NECESIDAD DE SABER LA VERDAD
Niños de Hoy
A menudo escuchamos decir “A los niños
hay que hablarles con el corazón” o “Con los niños de hoy hay que
comunicarse con la verdad”, pero ¿qué es hablar con el corazón?, ¿qué es
decir la verdad?
Hablar con el corazón es hablar con la
verdad, pero no fría o rígidamente, sino una verdad comunicada con
empatía, sensibilidad, calor, generando a la vez, mucho espacio para un
intercambio flexible.
Y decir la verdad es hablar de lo que me
pasa o lo que está pasando. Laura Gutman en su libro “La maternidad y
el encuentro con la propia sombra” nombra dos tipos de verdades: la
verdad externa y la verdad interna.
La verdad externa es la realidad que
sucede afuera, por ejemplo “nos mudamos a la otra casa porque la casa
anterior tenía mucha humedad”, “me voy a trabajar porque necesitamos el
dinero”, “tu padre y yo vamos a vivir en distintas casas porque
necesitamos un tiempo para estar mejor cada uno consigo mismo”, etc.
La verdad interior es aquello que
siento, que me pasa, que no puedo evitar, que aparece, que me toma, que
es parte de mi camino individual como ser. Por ejemplo, “estoy triste
porque me siento solo”, “Estoy desganado porque no encuentro trabajo que
me guste”, “Estoy ansiosa o nerviosa porque…”, “Estoy cansada”, “Estoy
sensible y necesito estar en silencio porque…”
Muchas veces suceden cosas que
pertenecen al mundo adulto pero que el niño, por ser parte de la
familia, está completamente involucrado. Y muchas veces ante esto no
sabemos qué hacer, decidimos callar o acomodar la verdad de tal forma
que sin darnos cuenta, incluso, mentimos.
Subestimamos la capacidad de los niños de comprender y nos mostramos indiferentes a su necesidad de saber la verdad.
Muchos de nosotros hemos crecido con
mentiras o cosas ocultas. Muchos de nosotros de niños sabíamos lo que
estaba pasando pese a que el entorno lo ocultaba. Lo sabíamos porque lo
sentíamos y deseábamos profundamente ser parte de la verdad. Pero
nuestros educadores crecieron bajo el paradigma de “ojos que no ven
corazón que no siente” que es lo mismo que decir “oídos que no escuchan,
oídos que no saben”.
Esto simplemente no es cierto, y menos aún, con los niños de hoy.
Los niños no solo merecen la verdad sino
que la saben antes incluso de que suceda. Muchos niños, por ejemplo,
saben que sus padres están divorciados viviendo en la misma casa, o
saben de la muerte de un ser de la familia antes de que suceda o antes
de que se les informe. Es habitual que digan “Yo ya lo sabía” o “Si, ya
sé”.
La saben y necesitan que nosotros, los
adultos, los seres que aman y tienen como referentes, la reconozcan ante
ellos y la manifiesten en palabras.
Lo que sale a la luz por más intricado y
complejo que sea, se transforma en liviano porque tiene el
reconocimiento y la aceptación de nosotros mismos, y al mismo tiempo, al
reconocerlo y decirlo, liberamos a los niños del peso que se genera al
ocultarlo. En cambio, lo que no podemos o no queremos ver, y es
escondido en el inconsciente o en algún lugar que solo nosotros sabemos,
produce incomodidad en el entorno, peso sobre los hombros, energía
estancada o contenida, que si no es reconocida, alguien que se hará
cargo de mostrarla: los niños.
Algunos niños lograrán preguntar “¿Qué
pasa?, ¿por qué?, ¿cómo?, ¿desde cuándo?”. Otros al no poder o no saber
hacerlo lo manifiestan como síntomas emocionales o físicos.
De una u otra manera, desnudan lo que
nos pasa porque han venido a traernos evolución y la evolución se da
cuando damos un nuevo paso.
La pediatra y homeópata Lua Catalá en su
libro “Pediatría para los Nuevos Niños”, dice lo siguiente al respecto:
“Toda enfermedad, todo síntoma, es psicosomático porque todo tiene un
origen o causa en nuestra psique, en nuestra mente o en nuestras
emociones, a veces, en nuestra dimensión espiritual.
Todo aquello que no se expresa, que no
lo reconocemos o no lo podemos expresar, queda impreso. Queda marcado en
nuestras células, órganos, músculos, sistemas o en nuestro ADN como
material que se guarda en el mundo inconsciente y lucha por salir
buscando las rendijas. Y esto que emerge de lo oscuro por las rendijas,
son los síntomas.
Así pues, igual que hablamos de un
cuerpo humano, podríamos hacer la analogía con un organismo o un cuerpo
constituido por varias personas: el cuerpo familiar. Como en el cuerpo
humano, en el familiar, cada persona tiene una función. Podríamos ver a
cada miembro como un órgano diferente. [...] Así, en una familia, la
convivencia crea unas dinámicas psicológicas y energéticas que conforman
el cuerpo familiar. Por tanto, hay que observar y tener en cuenta todo
este organismo si queremos profundizar en las causas de las enfermedades
o disfunciones.
Los niños suelen ser la grieta o rendija
por donde afloran los conflictos o enfermedades de este cuerpo
familiar. Los niños, tal vez por ser el órgano más virgen y fresco de
dicho organismo, son quienes expresan con sus enfermedades o
comportamientos aquello que no se reconoce o no se expresa en la
familia, así como también, son la fuerza o solución que pone en marcha
dicho cuerpo familiar para sanar, adaptarse o sobrevivir.
Y con esta situación podemos hacer dos
cosas: La primera, acallar el síntoma. Si no contemplamos un nuevo
enfoque, es muy posible que solo tratemos a aquel niño que enferma o que
se comporta de forma molesta, y no nos preguntemos más. Un ejemplo
sería el caso de un niño hiperactivo al que la medicina oficial se
empeña en ver como un individuo con un defecto físico, orgánico,
funcional o psíquico, que hay que calmar con psicofármacos. Con lo cual,
tranquilizamos y suprimimos dicho síntoma, pero no resolvemos el
verdadero conflicto, este aflorará de nuevo por el mismo sitio o buscará
otras maneras de expresarse.
O bien, lo tomamos como síntoma de un
cuerpo con más miembros y escuchamos qué nos está diciendo, hacia dónde
señala la causa del conflicto, hacia dónde dirige nuestra atención, y
reconocemos así, su esfuerzo de auto sanación […]”
¿Por dónde empezar?
Para enfrentar la verdad primero tenemos
que cambiar nuestra relación con lo que nos pasa. Dejar de ver lo que
nos pasa como algo negativo, como algo que debemos evitar, o como lo
peor que nos pudo haber pasado. Por supuesto que habrá cosas más simples
de aceptar, y por ende, de comunicar, pero a la vez los niños nos
invitan a encontrarnos con la verdad desde un lugar más natural,
neutral, liviano.
Además otro punto importante es el
reconocer primero conmigo lo que pasa o me pasa: ¿Realmente conozco lo
que me pasa?, ¿Me animo a ver la verdad, a reconocer mi verdad?, ¿A
dónde me llevaría vivir más sinceramente?, ¿Qué es lo que no quiero
ver?, ¿Hasta dónde puedo?, ¿Qué hago con lo que no puedo ver, con lo que
no quiero ver, con lo que ni siquiera estoy preparado para reconocerlo
conmigo mismo?
Estos dos puntos anteriores los dejo para su reflexión.
Continuando en relación a los niños, es
fundamental no subestimar la comprensión que pueden llegar a tener. Por
supuesto que usted será cauteloso y medido con sus palabras dependiendo
de la edad del niño y sus características. Con niños menores de 6 años
se habla de una manera, y con niños mayores de esta edad, de otra. Aquí
es importante saber y poder adaptarnos al lenguaje, forma de ver el
mundo y las situaciones de los niños según su madurez interior.
Pero más allá de las palabras que se
utilicen, lo importante es que no tenga peso ni juicio de malo – bueno
en el adulto, y que lo que se le diga sea verdadero, por más que lo
hablemos de forma figurativa o más concreta.
Si usted responde con naturalidad a lo
que el niño le pregunta o a lo que está sucediendo, el niño no se
sorprenderá ni se asustará; lo tomará con naturalidad, es más, solo será
una confirmación a lo que ya siente, a lo que ya sabe.
Lo que usted estará haciendo será
grande, estará ahorrándole al niño incomodidad, insatisfacción,
conflicto, desarmonía, y todo lo que a ello puede llevar. Y para usted
será una oportunidad para encontrarse con la sinceridad, y la sanación y
la armonía a la que ella nos lleva.
Autora: Nancy Erica Ortiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario