HISTORIA DE LA COCA
La coca (Erythroxylum coca) es un arbusto originario de los Andes que crece hasta 2,5 metros de altura, de
tallos leñosos y hojas elipsoidales, pequeñas y de color verde intenso.
Sus flores son minúsculas y de color banco. Sus frutos, de color rojo,
tienen forma ovoide y miden alrededor de un centímetro.
Desde
los albores de las civilizaciones andinas -que hoy en día conocemos más
que todo por sus tumbas- se presente una planta, a lo largo del
continente Sur Americano: la coca. En las tumbas se
encuentren hojas, bolsitas con hojas, vasijas con hojas, vasijas en
forma de cabeza con una bola de hojas en la boca, vasijas con cabeza de dioses con coca….
Nada de eso con respeto a la papa o la maíz, dos otras plantas de gran uso en el mundo de las culturas originarias. Es que la coca es única en el herbario andino. Planta nutritiva y medicinal a la vez, la coca además de estimular la sangre y la buena digestión incita también la agilidad mental. En
la cordillera, donde la vida sigue su rumbo tradicional, siempre se
encuentre un altar donde ofrecer unas hojas a la Pachamama, la sagrada
tierra.
Durante miles de años el hombre andino ha utilizado la hoja de coca en su quehacer diario,
para darle animo en los momentos pesados, reforzar sus lazos sociales
en los momentos estelares de su vida, cuidar de su salud física y
espiritual y servirle de obsequio a sus dioses. La hoja de la
coca ha sido como el guardián de las respetuosas relaciones que el
hombre andino mantiene con la tierra y la vida que brota de ella.
Aunque los grandes señores del ámbito andino desvirtuaron el uso de la
coca para sus propios intereses, es recién con la llegada de los
europeos que el uso comenzó a ser prohibido y el usuario perseguido. Así
es que al darse cuenta de la religiosidad del uso, los padres
católicos, con la excusa de la extirpación de idolatrías, hicieron
decretar el fin de la era de la coca.
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Ante la tenaz insistencia del hombre andino en el uso de su planta sagrada,
los conquistadores la utilizaron para explotarle como bestia de carga y
labor en las faenas mineras y agrícolas. En el siglo XX, los Estados
Unidos, esta vez bajo la cobertura de las Naciones Unidas y su
preocupación con el uso de estupefacientes –basado en fabricaciones
científicas discriminatorias que alegaban entre otras cosas que era la
coca la que había vuelto al hombre andino en una bestia- hicieron firmar
a todos los estados del mundo la Convención Única de 1961 sobre
Estupefacientes. El documento, entre otras estipulaciones,
criminalizaba la hoja de la coca y exigía que los pueblos andinos
abandonaran su uso dentro de 25 años a partir de la entrada en vigor de
la convención. Como después de este lapso la coca seguía siendo
masticada por los andinos, los EE.UU. utilizaron una epidemia de
fumadores de coca en forma de crack como pretexto para iniciar una
Guerra a las Drogas, mandando fuerzas policiales y militares para acabar
con el cultivo de la planta, las mismas que aterrorizan hasta hoy en
día los pueblos andinos.
Esta
continua actitud colonizadora no es de sorprender de quienes construyen
su felicidad sobre la capitalización de sus semejantes. Lo verdadero
escandaloso es que las mismas NN.UU.que proclamaron en 1948 una solemne
Declaración Universal de los Derechos Humanos para garantizar, entre
otros, el derecho a la libertad de religión, incluyendo la
libertad de manifestar su religión individual y colectivamente, tanto en
público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la
observancia - sean las que, poco tiempo después, autorizaron
una convención escandalosa y vergonzosa que viola sistemáticamente el
derecho a la libertad de religión y de culto de los pueblos andinos.
Ello a pesar de que el artículo 28 del fundamental documento de 1948
reza, textualmente, toda persona tiene derecho a que se establezca un
orden social e internacional en el que los derechos y libertades
proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos. En otras
palabras: que todo Aymara, Quechua u otra persona de cualquiera
raza, tiene el derecho, si así lo desea y donde sea que este en el
mundo, de adquirir y usar libremente la hoja de la coca.
Los
pueblos andinos han visto pasar, desde aquel fatídico día en 1532,
hombres blancos que en una mano tenían libros que proclamaban la
superioridad de sus creencias y en la otra el bastón para el indio que
no quería aceptar esa realidad. Ahora que Mama Coca ha llevado su gente al poder soberano,
devolviendo el bastón a sus manos, ha llegado el momento para que los
europeos y su prole americano saquen la hoja de su lista sacrílega y
respeten su palabra en la Carta Magna de los DD.HH., respeten la hoja
sagrada y respeten los pueblos andinos, su culto y su religión.
“¡Causachun coca!” “¡Viva la coca!”
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