LA BUSQUEDA DE LA ILUSION
Hoy día hay
tanta gente que persigue metas irreales, sin relación directa con sus
necesidades básicas como seres humanos, que la depresión es algo casi
normal. Todo el mundo necesita amar y necesita sentir que su amor es aceptado y en cierta medida correspondido.
El amor y la estima nos relacionan con el mundo y nos dan la sensación
de pertenecer a la vida. Ser amado es importante en la medida que
facilita la expresión activa de nuestro propio amor. La gente no se
deprime cuando ama. A través del amor uno se expresa y se afirma en su
ser e identidad.
La autoexpresión, es otra necesidad básica de
todos los seres humanos. La necesidad de autoexpresión subyace en toda
actividad creativa y es fuente de nuestro mayor placer. Lo importante
aquí es reconocer que en un individuo deprimido la autoexpresión está
muy limitada, por no decir enteramente bloqueada.
En mucha
gente se limita a una pequeña área de sus vidas, generalmente a su
trabajo o negocios; e incluso en esta área reducida la autoexpresión se
restringe cuando la persona trabaja compulsiva o mecánicamente. El "sí
mismo" se experimenta a través de la autoexpresión y se desvanece cuando
las vías de autoexpresión están cerradas.
El “sí mismo” es
fundamentalmente un fenómeno corporal; en consecuencia, la
autoexpresión, la expresión del sí mismo, significa la expresión de
sentimientos. El sentimiento más profundo es el amor, aunque todos los
sentimientos son partes del sí mismo y pueden ser apropiadamente
expresados por la persona sana.
De hecho, la amplitud de
sentimientos que una persona puede expresar determina la amplitud de su
personalidad. Es bien sabido que la persona deprimida está cerrada en sí
misma y que el activar cualquier sentimiento -tal como la tristeza o
rabia, que se pueden expresar con gritos o golpes- tiene un efecto
inmediato y positivo sobre su depresión.
Las vías a través de
las cuales se expresan los sentimientos son la voz, el movimiento
corporal y los ojos. Cuando los ojos están apagados, la voz es monótona y
la motilidad está reducida, estas vías se cierran y la persona se halla
en un estado depresivo.
Otra necesidad básica para todos los
individuos es la libertad. Sin ella es imposible la autoexpresión. Pero
no me refiero precisamente a la libertad política, aunque ésta sea uno
de sus aspectos esenciales. Uno desea ser libre en todas las situaciones
de la vida, en casa, en la escuela, como empleado y en las relaciones
sociales.
No es libertad absoluta lo que se busca, sino
libertad para expresarse a uno mismo, para tener voz en la regulación de
los propios asuntos. Toda sociedad humana impone ciertas restricciones a
la libertad individual en aras de la cohesión social, y esas
restricciones pueden ser aceptadas siempre y cuando no restrinjan
excesivamente el derecho de autoexpresión.
Hay, sin embargo,
prisiones interiores, además de las exteriores. Estas barreras
interiores a la autoexpresión son a menudo más poderosas que las leyes o
las restricciones forzosas a la hora de limitar la capacidad de
expresión de una persona; y como a menudo son inconscientes o están
racionalizadas, la persona se halla mucho más encerrada en ellas que si
se tratara de fuerzas externas.
La persona deprimida está presa por
las barreras inconscientes del "se debería" y "no se debería", que la
aíslan, la limitan y pueden incluso aplastar su espíritu. Mientras vive
en esta prisión, la persona devana fantasías de libertad, trama planes
para su fuga y sueña un mundo en que la vida será diferente.
Estos sueños, como todas las fantasías, le sirven para mantener su
espíritu, pero también le impiden confrontar de una manera realista las
fuerzas internas que le atan. Antes o después se derrumba la ilusión, el
sueño se desvanece, el plan falla y se encuentra cara a cara con la
realidad. Cuando esto sucede, el individuo se deprime y se siente
desesperado.
Cuando perseguimos ilusiones nos proponemos metas
poco realistas, creyendo que si las lográramos, automáticamente nos
liberarían, restablecerían nuestra capacidad de autoexpresión y nos
harían capaces de amar. Lo que es irreal no es la meta, sino la
recompensa que se supone sigue a este logro. Entre las metas que muchos
de nosotros seguimos tan implacablemente están las riquezas, el éxito y
la fama.
En nuestra civilización hay todo una mística en torno
al enriquecerse. Dividimos a la gente entre los que tienen y los que no
tienen. Creemos que los ricos son los privilegiados que poseen los
medios para satisfacer sus deseos y en consecuencia para realizarse.
Desgraciadamente, esto no funciona para todo el mundo. Tanto se deprime
el rico como el pobre.
El dinero no da las satisfacciones
internas que son las que hacen que la vida merezca la pena vivirse. En
muchos casos la tendencia a ganar dinero desvía la energía de
actividades más creativas y autoexpresivas, con lo cual el espíritu se
empobrece.
El éxito y la fama pertenecen a otro orden de cosas.
La tendencia hacia el éxito y la fama se basa en la ilusión de que no
sólo incrementarán nuestra autoestima, sino que además lograremos esa
aceptación y aprobación de los demás que parece que necesitamos.
Es cierto que el éxito y la fama aumentan nuestra autoestima e
incrementan nuestro prestigio en la comunidad, pero estos logros
aparentes contribuyen bien poco a la persona interior.
Si queremos
encontrar a la verdadera persona tras la fachada de su conducta social
tenemos que mirar a su cuerpo, sentir sus sentimientos y entender su
relaciones.
Sus ojos nos dirán si puede amar, su cara nos dirá
si es autoexpresivo y sus movimientos nos revelarán el grado de
libertad interior. Cuando estamos en contacto con un cuerpo vivo y
vibrante, sentimos inmediatamente que estamos en presencia de "alguien",
sin tener en cuenta su posición social.
Hoy día hay
tanta gente que persigue metas irreales, sin relación directa con sus
necesidades básicas como seres humanos, que la depresión es algo casi
normal. Todo el mundo necesita amar y necesita sentir que su amor es aceptado y en cierta medida correspondido.
El amor y la estima nos relacionan con el mundo y nos dan la sensación
de pertenecer a la vida. Ser amado es importante en la medida que
facilita la expresión activa de nuestro propio amor. La gente no se
deprime cuando ama. A través del amor uno se expresa y se afirma en su
ser e identidad.
La autoexpresión, es otra necesidad básica de
todos los seres humanos. La necesidad de autoexpresión subyace en toda
actividad creativa y es fuente de nuestro mayor placer. Lo importante
aquí es reconocer que en un individuo deprimido la autoexpresión está
muy limitada, por no decir enteramente bloqueada.
En mucha
gente se limita a una pequeña área de sus vidas, generalmente a su
trabajo o negocios; e incluso en esta área reducida la autoexpresión se
restringe cuando la persona trabaja compulsiva o mecánicamente. El "sí
mismo" se experimenta a través de la autoexpresión y se desvanece cuando
las vías de autoexpresión están cerradas.
El “sí mismo” es
fundamentalmente un fenómeno corporal; en consecuencia, la
autoexpresión, la expresión del sí mismo, significa la expresión de
sentimientos. El sentimiento más profundo es el amor, aunque todos los
sentimientos son partes del sí mismo y pueden ser apropiadamente
expresados por la persona sana.
De hecho, la amplitud de
sentimientos que una persona puede expresar determina la amplitud de su
personalidad. Es bien sabido que la persona deprimida está cerrada en sí
misma y que el activar cualquier sentimiento -tal como la tristeza o
rabia, que se pueden expresar con gritos o golpes- tiene un efecto
inmediato y positivo sobre su depresión.
Las vías a través de
las cuales se expresan los sentimientos son la voz, el movimiento
corporal y los ojos. Cuando los ojos están apagados, la voz es monótona y
la motilidad está reducida, estas vías se cierran y la persona se halla
en un estado depresivo.
Otra necesidad básica para todos los
individuos es la libertad. Sin ella es imposible la autoexpresión. Pero
no me refiero precisamente a la libertad política, aunque ésta sea uno
de sus aspectos esenciales. Uno desea ser libre en todas las situaciones
de la vida, en casa, en la escuela, como empleado y en las relaciones
sociales.
No es libertad absoluta lo que se busca, sino
libertad para expresarse a uno mismo, para tener voz en la regulación de
los propios asuntos. Toda sociedad humana impone ciertas restricciones a
la libertad individual en aras de la cohesión social, y esas
restricciones pueden ser aceptadas siempre y cuando no restrinjan
excesivamente el derecho de autoexpresión.
Hay, sin embargo,
prisiones interiores, además de las exteriores. Estas barreras
interiores a la autoexpresión son a menudo más poderosas que las leyes o
las restricciones forzosas a la hora de limitar la capacidad de
expresión de una persona; y como a menudo son inconscientes o están
racionalizadas, la persona se halla mucho más encerrada en ellas que si
se tratara de fuerzas externas.
La persona deprimida está presa por
las barreras inconscientes del "se debería" y "no se debería", que la
aíslan, la limitan y pueden incluso aplastar su espíritu. Mientras vive
en esta prisión, la persona devana fantasías de libertad, trama planes
para su fuga y sueña un mundo en que la vida será diferente.
Estos sueños, como todas las fantasías, le sirven para mantener su
espíritu, pero también le impiden confrontar de una manera realista las
fuerzas internas que le atan. Antes o después se derrumba la ilusión, el
sueño se desvanece, el plan falla y se encuentra cara a cara con la
realidad. Cuando esto sucede, el individuo se deprime y se siente
desesperado.
Cuando perseguimos ilusiones nos proponemos metas
poco realistas, creyendo que si las lográramos, automáticamente nos
liberarían, restablecerían nuestra capacidad de autoexpresión y nos
harían capaces de amar. Lo que es irreal no es la meta, sino la
recompensa que se supone sigue a este logro. Entre las metas que muchos
de nosotros seguimos tan implacablemente están las riquezas, el éxito y
la fama.
En nuestra civilización hay todo una mística en torno
al enriquecerse. Dividimos a la gente entre los que tienen y los que no
tienen. Creemos que los ricos son los privilegiados que poseen los
medios para satisfacer sus deseos y en consecuencia para realizarse.
Desgraciadamente, esto no funciona para todo el mundo. Tanto se deprime
el rico como el pobre.
El dinero no da las satisfacciones
internas que son las que hacen que la vida merezca la pena vivirse. En
muchos casos la tendencia a ganar dinero desvía la energía de
actividades más creativas y autoexpresivas, con lo cual el espíritu se
empobrece.
El éxito y la fama pertenecen a otro orden de cosas.
La tendencia hacia el éxito y la fama se basa en la ilusión de que no
sólo incrementarán nuestra autoestima, sino que además lograremos esa
aceptación y aprobación de los demás que parece que necesitamos.
Es cierto que el éxito y la fama aumentan nuestra autoestima e
incrementan nuestro prestigio en la comunidad, pero estos logros
aparentes contribuyen bien poco a la persona interior.
Si queremos
encontrar a la verdadera persona tras la fachada de su conducta social
tenemos que mirar a su cuerpo, sentir sus sentimientos y entender su
relaciones.
Sus ojos nos dirán si puede amar, su cara nos dirá
si es autoexpresivo y sus movimientos nos revelarán el grado de
libertad interior. Cuando estamos en contacto con un cuerpo vivo y
vibrante, sentimos inmediatamente que estamos en presencia de "alguien",
sin tener en cuenta su posición social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario