martes, 12 de febrero de 2013


LA BUSQUEDA DE LA ILUSION

Foto: LA BUSQUEDA DE LA ILUSION

Hoy día hay tanta gente que persigue metas irreales, sin relación directa con sus necesidades básicas como seres humanos, que la depresión es algo casi normal. Todo el mundo necesita amar y necesita sentir que su amor es aceptado y en cierta medida correspondido. 

El amor y la estima nos relacionan con el mundo y nos dan la sensación de pertenecer a la vida. Ser amado es importante en la medida que facilita la expresión activa de nuestro propio amor. La gente no se deprime cuando ama. A través del amor uno se expresa y se afirma en su ser e identidad.

La autoexpresión, es otra necesidad básica de todos los seres humanos. La necesidad de autoexpresión subyace en toda actividad creativa y es fuente de nuestro mayor placer. Lo importante aquí es reconocer que en un individuo deprimido la autoexpresión está muy limitada, por no decir enteramente bloqueada. 

En mucha gente se limita a una pequeña área de sus vidas, generalmente a su trabajo o negocios; e incluso en esta área reducida la autoexpresión se restringe cuando la persona trabaja compulsiva o mecánicamente. El "sí mismo" se experimenta a través de la autoexpresión y se desvanece cuando las vías de autoexpresión están cerradas.

El “sí mismo” es fundamentalmente un fenómeno corporal; en consecuencia, la autoexpresión, la expresión del sí mismo, significa la expresión de sentimientos. El sentimiento más profundo es el amor, aunque todos los sentimientos son partes del sí mismo y pueden ser apropiadamente expresados por la persona sana. 

De hecho, la amplitud de sentimientos que una persona puede expresar determina la amplitud de su personalidad. Es bien sabido que la persona deprimida está cerrada en sí misma y que el activar cualquier sentimiento -tal como la tristeza o rabia, que se pueden expresar con gritos o golpes- tiene un efecto inmediato y positivo sobre su depresión. 

Las vías a través de las cuales se expresan los sentimientos son la voz, el movimiento corporal y los ojos. Cuando los ojos están apagados, la voz es monótona y la motilidad está reducida, estas vías se cierran y la persona se halla en un estado depresivo.

Otra necesidad básica para todos los individuos es la libertad. Sin ella es imposible la autoexpresión. Pero no me refiero precisamente a la libertad política, aunque ésta sea uno de sus aspectos esenciales. Uno desea ser libre en todas las situaciones de la vida, en casa, en la escuela, como empleado y en las relaciones sociales. 

No es libertad absoluta lo que se busca, sino libertad para expresarse a uno mismo, para tener voz en la regulación de los propios asuntos. Toda sociedad humana impone ciertas restricciones a la libertad individual en aras de la cohesión social, y esas restricciones pueden ser aceptadas siempre y cuando no restrinjan excesivamente el derecho de autoexpresión.
Hay, sin embargo, prisiones interiores, además de las exteriores. Estas barreras interiores a la autoexpresión son a menudo más poderosas que las leyes o las restricciones forzosas a la hora de limitar la capacidad de expresión de una persona; y como a menudo son inconscientes o están racionalizadas, la persona se halla mucho más encerrada en ellas que si se tratara de fuerzas externas.
La persona deprimida está presa por las barreras inconscientes del "se debería" y "no se debería", que la aíslan, la limitan y pueden incluso aplastar su espíritu. Mientras vive en esta prisión, la persona devana fantasías de libertad, trama planes para su fuga y sueña un mundo en que la vida será diferente. 

Estos sueños, como todas las fantasías, le sirven para mantener su espíritu, pero también le impiden confrontar de una manera realista las fuerzas internas que le atan. Antes o después se derrumba la ilusión, el sueño se desvanece, el plan falla y se encuentra cara a cara con la realidad. Cuando esto sucede, el individuo se deprime y se siente desesperado.

Cuando perseguimos ilusiones nos proponemos metas poco realistas, creyendo que si las lográramos, automáticamente nos liberarían, restablecerían nuestra capacidad de autoexpresión y nos harían capaces de amar. Lo que es irreal no es la meta, sino la recompensa que se supone sigue a este logro. Entre las metas que muchos de nosotros seguimos tan implacablemente están las riquezas, el éxito y la fama. 

En nuestra civilización hay todo una mística en torno al enriquecerse. Dividimos a la gente entre los que tienen y los que no tienen. Creemos que los ricos son los privilegiados que poseen los medios para satisfacer sus deseos y en consecuencia para realizarse. Desgraciadamente, esto no funciona para todo el mundo. Tanto se deprime el rico como el pobre. 

El dinero no da las satisfacciones internas que son las que hacen que la vida merezca la pena vivirse. En muchos casos la tendencia a ganar dinero desvía la energía de actividades más creativas y autoexpresivas, con lo cual el espíritu se empobrece.

El éxito y la fama pertenecen a otro orden de cosas. La tendencia hacia el éxito y la fama se basa en la ilusión de que no sólo incrementarán nuestra autoestima, sino que además lograremos esa aceptación y aprobación de los demás que parece que necesitamos. 

Es cierto que el éxito y la fama aumentan nuestra autoestima e incrementan nuestro prestigio en la comunidad, pero estos logros aparentes contribuyen bien poco a la persona interior.
Si queremos encontrar a la verdadera persona tras la fachada de su conducta social tenemos que mirar a su cuerpo, sentir sus sentimientos y entender su relaciones. 

Sus ojos nos dirán si puede amar, su cara nos dirá si es autoexpresivo y sus movimientos nos revelarán el grado de libertad interior. Cuando estamos en contacto con un cuerpo vivo y vibrante, sentimos inmediatamente que estamos en presencia de "alguien", sin tener en cuenta su posición social.

Hoy día hay tanta gente que persigue metas irreales, sin relación directa con sus necesidades básicas como seres humanos, que la depresión es algo casi normal. Todo el mundo necesita amar y necesita sentir que su amor es aceptado y en cierta medida correspondido. 

El amor y la estima nos relacionan con el mundo y nos dan la sensación de pertenecer a la vida. Ser amado es importante en la medida que facilita la expresión activa de nuestro propio amor. La gente no se deprime cuando ama. A través del amor uno se expresa y se afirma en su ser e identidad.

La autoexpresión, es otra necesidad básica de todos los seres humanos. La necesidad de autoexpresión subyace en toda actividad creativa y es fuente de nuestro mayor placer. Lo importante aquí es reconocer que en un individuo deprimido la autoexpresión está muy limitada, por no decir enteramente bloqueada. 

En mucha gente se limita a una pequeña área de sus vidas, generalmente a su trabajo o negocios; e incluso en esta área reducida la autoexpresión se restringe cuando la persona trabaja compulsiva o mecánicamente. El "sí mismo" se experimenta a través de la autoexpresión y se desvanece cuando las vías de autoexpresión están cerradas.

El “sí mismo” es fundamentalmente un fenómeno corporal; en consecuencia, la autoexpresión, la expresión del sí mismo, significa la expresión de sentimientos. El sentimiento más profundo es el amor, aunque todos los sentimientos son partes del sí mismo y pueden ser apropiadamente expresados por la persona sana. 

De hecho, la amplitud de sentimientos que una persona puede expresar determina la amplitud de su personalidad. Es bien sabido que la persona deprimida está cerrada en sí misma y que el activar cualquier sentimiento -tal como la tristeza o rabia, que se pueden expresar con gritos o golpes- tiene un efecto inmediato y positivo sobre su depresión. 

Las vías a través de las cuales se expresan los sentimientos son la voz, el movimiento corporal y los ojos. Cuando los ojos están apagados, la voz es monótona y la motilidad está reducida, estas vías se cierran y la persona se halla en un estado depresivo.

Otra necesidad básica para todos los individuos es la libertad. Sin ella es imposible la autoexpresión. Pero no me refiero precisamente a la libertad política, aunque ésta sea uno de sus aspectos esenciales. Uno desea ser libre en todas las situaciones de la vida, en casa, en la escuela, como empleado y en las relaciones sociales. 

No es libertad absoluta lo que se busca, sino libertad para expresarse a uno mismo, para tener voz en la regulación de los propios asuntos. Toda sociedad humana impone ciertas restricciones a la libertad individual en aras de la cohesión social, y esas restricciones pueden ser aceptadas siempre y cuando no restrinjan excesivamente el derecho de autoexpresión.

Hay, sin embargo, prisiones interiores, además de las exteriores. Estas barreras interiores a la autoexpresión son a menudo más poderosas que las leyes o las restricciones forzosas a la hora de limitar la capacidad de expresión de una persona; y como a menudo son inconscientes o están racionalizadas, la persona se halla mucho más encerrada en ellas que si se tratara de fuerzas externas.

La persona deprimida está presa por las barreras inconscientes del "se debería" y "no se debería", que la aíslan, la limitan y pueden incluso aplastar su espíritu. Mientras vive en esta prisión, la persona devana fantasías de libertad, trama planes para su fuga y sueña un mundo en que la vida será diferente. 

Estos sueños, como todas las fantasías, le sirven para mantener su espíritu, pero también le impiden confrontar de una manera realista las fuerzas internas que le atan. Antes o después se derrumba la ilusión, el sueño se desvanece, el plan falla y se encuentra cara a cara con la realidad. Cuando esto sucede, el individuo se deprime y se siente desesperado.

Cuando perseguimos ilusiones nos proponemos metas poco realistas, creyendo que si las lográramos, automáticamente nos liberarían, restablecerían nuestra capacidad de autoexpresión y nos harían capaces de amar. Lo que es irreal no es la meta, sino la recompensa que se supone sigue a este logro. Entre las metas que muchos de nosotros seguimos tan implacablemente están las riquezas, el éxito y la fama. 

En nuestra civilización hay todo una mística en torno al enriquecerse. Dividimos a la gente entre los que tienen y los que no tienen. Creemos que los ricos son los privilegiados que poseen los medios para satisfacer sus deseos y en consecuencia para realizarse. Desgraciadamente, esto no funciona para todo el mundo. Tanto se deprime el rico como el pobre. 

El dinero no da las satisfacciones internas que son las que hacen que la vida merezca la pena vivirse. En muchos casos la tendencia a ganar dinero desvía la energía de actividades más creativas y autoexpresivas, con lo cual el espíritu se empobrece.

El éxito y la fama pertenecen a otro orden de cosas. La tendencia hacia el éxito y la fama se basa en la ilusión de que no sólo incrementarán nuestra autoestima, sino que además lograremos esa aceptación y aprobación de los demás que parece que necesitamos. 

Es cierto que el éxito y la fama aumentan nuestra autoestima e incrementan nuestro prestigio en la comunidad, pero estos logros aparentes contribuyen bien poco a la persona interior.
Si queremos encontrar a la verdadera persona tras la fachada de su conducta social tenemos que mirar a su cuerpo, sentir sus sentimientos y entender su relaciones. 

Sus ojos nos dirán si puede amar, su cara nos dirá si es autoexpresivo y sus movimientos nos revelarán el grado de libertad interior. Cuando estamos en contacto con un cuerpo vivo y vibrante, sentimos inmediatamente que estamos en presencia de "alguien", sin tener en cuenta su posición social.

Hoy día hay tanta gente que persigue metas irreales, sin relación directa con sus necesidades básicas como seres humanos, que la depresión es algo casi normal. Todo el mundo necesita amar y necesita sentir que su amor es aceptado y en cierta medida correspondido. 

El amor y la estima nos relacionan con el mundo y nos dan la sensación de pertenecer a la vida. Ser amado es importante en la medida que facilita la expresión activa de nuestro propio amor. La gente no se deprime cuando ama. A través del amor uno se expresa y se afirma en su ser e identidad.

La autoexpresión, es otra necesidad básica de todos los seres humanos. La necesidad de autoexpresión subyace en toda actividad creativa y es fuente de nuestro mayor placer. Lo importante aquí es reconocer que en un individuo deprimido la autoexpresión está muy limitada, por no decir enteramente bloqueada. 

En mucha gente se limita a una pequeña área de sus vidas, generalmente a su trabajo o negocios; e incluso en esta área reducida la autoexpresión se restringe cuando la persona trabaja compulsiva o mecánicamente. El "sí mismo" se experimenta a través de la autoexpresión y se desvanece cuando las vías de autoexpresión están cerradas.

El “sí mismo” es fundamentalmente un fenómeno corporal; en consecuencia, la autoexpresión, la expresión del sí mismo, significa la expresión de sentimientos. El sentimiento más profundo es el amor, aunque todos los sentimientos son partes del sí mismo y pueden ser apropiadamente expresados por la persona sana. 

De hecho, la amplitud de sentimientos que una persona puede expresar determina la amplitud de su personalidad. Es bien sabido que la persona deprimida está cerrada en sí misma y que el activar cualquier sentimiento -tal como la tristeza o rabia, que se pueden expresar con gritos o golpes- tiene un efecto inmediato y positivo sobre su depresión. 

Las vías a través de las cuales se expresan los sentimientos son la voz, el movimiento corporal y los ojos. Cuando los ojos están apagados, la voz es monótona y la motilidad está reducida, estas vías se cierran y la persona se halla en un estado depresivo.

Otra necesidad básica para todos los individuos es la libertad. Sin ella es imposible la autoexpresión. Pero no me refiero precisamente a la libertad política, aunque ésta sea uno de sus aspectos esenciales. Uno desea ser libre en todas las situaciones de la vida, en casa, en la escuela, como empleado y en las relaciones sociales. 

No es libertad absoluta lo que se busca, sino libertad para expresarse a uno mismo, para tener voz en la regulación de los propios asuntos. Toda sociedad humana impone ciertas restricciones a la libertad individual en aras de la cohesión social, y esas restricciones pueden ser aceptadas siempre y cuando no restrinjan excesivamente el derecho de autoexpresión.



Hay, sin embargo, prisiones interiores, además de las exteriores. Estas barreras interiores a la autoexpresión son a menudo más poderosas que las leyes o las restricciones forzosas a la hora de limitar la capacidad de expresión de una persona; y como a menudo son inconscientes o están racionalizadas, la persona se halla mucho más encerrada en ellas que si se tratara de fuerzas externas.



La persona deprimida está presa por las barreras inconscientes del "se debería" y "no se debería", que la aíslan, la limitan y pueden incluso aplastar su espíritu. Mientras vive en esta prisión, la persona devana fantasías de libertad, trama planes para su fuga y sueña un mundo en que la vida será diferente. 

Estos sueños, como todas las fantasías, le sirven para mantener su espíritu, pero también le impiden confrontar de una manera realista las fuerzas internas que le atan. Antes o después se derrumba la ilusión, el sueño se desvanece, el plan falla y se encuentra cara a cara con la realidad. Cuando esto sucede, el individuo se deprime y se siente desesperado.

Cuando perseguimos ilusiones nos proponemos metas poco realistas, creyendo que si las lográramos, automáticamente nos liberarían, restablecerían nuestra capacidad de autoexpresión y nos harían capaces de amar. Lo que es irreal no es la meta, sino la recompensa que se supone sigue a este logro. Entre las metas que muchos de nosotros seguimos tan implacablemente están las riquezas, el éxito y la fama. 

En nuestra civilización hay todo una mística en torno al enriquecerse. Dividimos a la gente entre los que tienen y los que no tienen. Creemos que los ricos son los privilegiados que poseen los medios para satisfacer sus deseos y en consecuencia para realizarse. Desgraciadamente, esto no funciona para todo el mundo. Tanto se deprime el rico como el pobre. 

El dinero no da las satisfacciones internas que son las que hacen que la vida merezca la pena vivirse. En muchos casos la tendencia a ganar dinero desvía la energía de actividades más creativas y autoexpresivas, con lo cual el espíritu se empobrece.

El éxito y la fama pertenecen a otro orden de cosas. La tendencia hacia el éxito y la fama se basa en la ilusión de que no sólo incrementarán nuestra autoestima, sino que además lograremos esa aceptación y aprobación de los demás que parece que necesitamos. 

Es cierto que el éxito y la fama aumentan nuestra autoestima e incrementan nuestro prestigio en la comunidad, pero estos logros aparentes contribuyen bien poco a la persona interior.
Si queremos encontrar a la verdadera persona tras la fachada de su conducta social tenemos que mirar a su cuerpo, sentir sus sentimientos y entender su relaciones. 

Sus ojos nos dirán si puede amar, su cara nos dirá si es autoexpresivo y sus movimientos nos revelarán el grado de libertad interior. Cuando estamos en contacto con un cuerpo vivo y vibrante, sentimos inmediatamente que estamos en presencia de "alguien", sin tener en cuenta su posición social.

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