“EL YAGE (AYAHUASCA) ME SACO DE LAS DROGAS”
“Tocaba fondo y volvía a rebotar”, dice Fabián al recordar su vida entre los 20 y 35 años. Ahora vive con sus papás en una sencilla casa en Fusagasugá, un pueblo a 71 kilómetros de Bogotá desde donde vuelve a desenmarañar las razones que lo llevaron a las drogas, porque él insiste que hubo razones. Nada fue gratuito. “Tenía 18 años en 1991. Vivía en Bogotá con mis papás y hermanos. Yo iba terminando el bachillerato. Ese año mataron a mi hermano mayor, a Germán. Le pegaron dos tiros en la cabeza y solo supimos que su muerte tuvo que ver con las drogas. Hasta ese momento yo no había conocido más allá del cigarrillo o la marihuana, y ésta la había probado una vez por curiosidad”. Y agrega, “… y hubo muchos factores importantes en ese momento. Era la época del narcotráfico y Escobar; los medios de comunicación hablaban de la droga. Además éramos una familia humilde, y yo estaba terminando el bachillerato. Quería estudiar pero no había plata. Cuando más lo necesitaba, cuando debía alejarme de la calle, no tuve la oportunidad de estudiar”.
Fabián dice que tenía tres intereses profesionales: quería ser abogado, médico o sacerdote. Ninguna de las tres se le dio. Se encontró con el bazuco y después con la cocaína. Fue un consumidor ocasional. De vez en cuando lo dejaba. Pero insiste: la vida no le permitía escaparse. “Me presenté al Sena para estudiar comercio internacional y no pasé. Luego me presenté para estudiar sistemas y tampoco pasé. Intenté también en el Sena estudiar licenciatura en matemáticas y no había cupo. Entonces en 1997 traté de entrar a la facultad de artes de la Asab, a estudiar dirección de teatro. A esa sí ingresé. ¿Sí ve?, terminé en teatro por los mismos vaivenes que obligan las necesidades”.
“El yagé fue una escuela hermosa que conocí hace ocho años”, explica Fabián Peña. Una comunidad indígena del Putumayo le permitió tratar su adicción a las drogas con medicina ancestral.
Pero Fabián reconoce que al ingresar a teatro seguía consumiendo. Además estaba muy cerca al Cartucho, y a su alrededor, todo un supermercado para conseguir cualquier sustancia ilegal. Alternó sus clases de expresión corporal con el uso de la droga. Comprender el daño que sufría no fue suficiente. “Me pudo más las ganas. No podía dejarla”. Tuvo que abandonar sus estudios. Alcanzó a pasar tres semestres de una carrera de la que deseaba convertirse en director de teatro o novelista. El fin abrupto de este proyecto lo llevó a huir, preso de la rabia. “Empecé a viajar por todo lado”.
Huyendo del vicio
En el año 2000, Fabián sentía un extraño vaivén de consumo. Escapaba de la droga, pero recaía al poco tiempo. Su opción fue escapar. Salía de viajes, con un morral y sin un peso en el bolsillo. Colgado de camiones llegó a Ibagué, a Honda y a Cartagena. A veces caminaba. Intentó alejarse de sus demonios aunque a donde acampaba le llegaran. “En algunos lugares lamentablemente consumía. Cuando lo hacía sentía remordimiento y entendía que mi viaje había fracasado. Empezaba a buscar en ciudades que desconocía centros de atención para drogadictos.”. Cuatro meses sí. Cuatro meses no. “Duré ocho años en ese estado, de consumir, dejarlo por un tiempo, y volver a lo mismo. Pero ya estaba cansado”. La degradación de la que ya era consiente lo devolvió a Bogotá. Su familia volvió a darle la mano y ofreció acompañarlo en una opción más, un nuevo intento, ¿qué podían perder?
Una amiga de la familia de Fabián Peña les sugirió ir a Fusagasugá. Existía una fundación que trabajaba con medicina tradicional indígena. Con yagé, frutoterapias y tratamientos con plantas ancestrales. Esa opción había dado resultado con varios drogadictos y alcohólicos, desesperados por escapar de su mal. “Mis papás no vieron nada malo en probar y me contactaron con la fundación Fundater. Allá me recibieron, me atendieron y me fue pronosticada la sanación”. Esto fue hace ocho años. Fabián intentó la medicina alternativa, el saber indígena. Desde que lo probó, notó el cambio.
Fundater es apoyada por indígenas del Putumayo, quienes comparten sus secretos, y son los únicos autorizados para dar ‘remedio’, es decir, yagé. “Me conectaron con el Taita, y me invitó a viajar a su comunidad, en el cabildo de Osococha, del resguardo Yunguillo en el Putumayo. Conocí una familia aborigen, con heridas y en proceso de desatropellamiento a su historia, algo de lo cual no se ha dicho nada”.
Fabián tuvo la oportunidad de vivir con ellos más de cuatro meses. “Su territorio es hermoso, el río Caquetá cuando empieza a nacer: es una quebradita”, recuerda del lugar donde pasó su más duro proceso de desintoxicación. “La gente vive con la naturaleza, la respeta y la adora. Comí su comida. Bebí su bebida. Practiqué sus ritos y trabajé con ellos”, asegura. Su contacto con las labores en el monte y el esfuerzo que sudaba a diario lo ayudaron a limpiarse. Llegó al límite de la exigencia física y mental y descubrió que tenía vida. “Fue fundamental para sanarme”.
Conocí los secretos del yagé
Fabián reconoce que vivió tanto tiempo con los indígenas que aprendió las bondades de la bebida sagrada, producto de la cocción de dos raíces íntimamente relacionadas entre sí, y cuyo método de preparación sólo dominan los líderes de las comunidades indígenas. “No me considero digno de hablar de cómo lo hacen. Pero por mi experiencia supe que el yagé es capaz de restaurar la mente, las neuronas, la sensibilidad. No sólo curar males físicos. Es un remedio sano, no malicioso como lo han querido mostrar”. A partir de su experiencia, de encontrar sanación no en centros de rehabilitación sino en el seno de pueblos indígenas, Fabián emprendió una lucha por una idea: plantear un nuevo modelo de tratamiento a personas que consumen drogas. “Yo a veces pienso que si el descubrimiento de América se hubiese hecho de manera diplomática, el conocimiento médico de los nativos en este momento sería aprovechado para la curación de muchas, muchas enfermedades y males”.
A Fabián le hubiera gustado escribir novelas o montar obras de teatro. Le gusta leer a Gabriel García Márquez y textos varios de filosofía.
Basado en esa experiencia, lleva meses escribiendo un proyecto en el que propone una forma distinta de pelear contra el tráfico y consumo de drogas. Primero que todo, pide adoptar un término fundamental: Sustancias letales adictivas. La frase es más contundente y, según él, precisa el mal que hacen productos como la cocaína, el bazuco, la heroína y otras sustancias consideradas “drogas duras”. Más adelante hace su primer gran planteamiento: regularización parcial de ciertas sustancias letales, para adictos y dependientes, bajo el absoluto control del Estado. Propone la distribución legal de estos productos en lugares cerrados, aislados del contacto con comunidades limpias. “No defiendo la legalización total ni el consumo de ninguna sustancia. No estoy de acuerdo con vender en cualquier tienda ninguna droga. Incluso los adictos que consuman las sustancias deben hacerlo bajo un código de ética, y nunca en lugares públicos. Las sustancias deben ser fabricadas por el Estado”, dice.
Su propuesta también pide no clasificar a los adictos como delincuentes. “Son víctimas y enfermos. Excluirlos, ocultarlos o abandonarlos no soluciona el problema”. De esta forma argumenta la necesidad de replantear el actual sistema de centros de rehabilitación. “Yo viví muchos años el ambiente de la calle. Pasé muchas veces por hogares de rehabilitación. Me di cuenta de muchas falencias en atención al adicto, y cómo desconocen en ellos su condición de víctimas. Son lugares estándares. Meten al adicto nueve meses y después lo mandan a su suerte. Por eso vuelve a recaer”. Su propuesta es crear “escuelas para la superación de la adicción”. En estos centros los tratamientos ofrecerán opciones médicas alternativas, como de la que él se benefició.
Fabián reseña una metodología usada por Narconon. Utilizan saunas terapéuticos que ayudan a las personas a limpiarse de toxinas con vapor. Dice que este tipo de herramientas sirven para desintoxicar la piel, la sangre y demás tejidos. Además considera la terapia que usó Fundater con él: alimentaciones basadas en frutas y verduras, reducción del consumo de carnes y sanación con plantas ancestrales. Finalmente destaca como opción, si el paciente así lo desea, el acercamiento a la medicina indígena, en este caso yagé.
Luz Fany López Vargas, concejal de Fusagasugá por el Polo Democrático Alternativo.
Con su idea, Fabián ha tocado puertas en muchas instituciones. Ha pedido ser escuchado por muchos políticos. “Cuando Gina Parody y Gustavo Petro estaban en campaña, les mandé el proyecto” explica. Solo hasta este año alguien le puso atención. Intentó buscar apoyo en el pueblo en el que vive desde hace algunos años, desde cuando sus papás lo vieron recuperado y decidieron no perderlo nunca más. Buscó a políticos de Fusagasugá. “Una mujer me puso atención, la concejal Luz Fanny López”. Con ella hicieron contactos para presentar ante el pleno del Concejo Municipal su proyecto. Logró tener toda una sesión el pasado 6 de noviembre. “Me escucharon, ese fue un gran paso”, dijo Fabián, y agregó: “El mismo presidente del Concejo me dijo: hermano, lo que usted hizo fue muy bueno porque nos abrió el panorama”.
Sin embargo se quedó en elogios. La concejal López, quien más ha apoyado a Fabián en su iniciativa, pero que se confiesa renuente a algunas de sus propuestas como la distribución de drogas duras, describió que dentro de la Corporación varios cabildantes, en especial conservadores, no estuvieron de acuerdo con su propuesta. Pero considera un gran paso que se haya abierto ese escenario para oírlo. “Los 17 concejales lo escuchamos. Nadie lo rechazo de plano. Cada uno hizo su aporte pero concluimos que aún no estamos preparados para esta idea”, aseguró la López. Pero por su lado, la militante del Polo Democrático, sí quiere ayudarlo. “Con Fabián estamos trabajando este proyecto, para extraer algunas de sus propuestas como las escuelas de atención a los adictos y las políticas de prevención.
Para mí no es descabellada. Si las propuestas alternativas funcionan y tienen fundamento científico, podríamos intentarlo”, dijo la concejal.
Para Fabián es un gran paso. Suficiente motivo para seguir luchando por su idea, aunque a muchos no les guste. “Yo ya llevo mucho más de un año sin consumir, y sé que no voy a reincidir. Tuve la experiencia de sanarme y quiero compartirla. Este proyecto es una nueva pelea que quiero dar, como la di contra la droga”.
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