LOS DIOSES QUE BAJARON DE SIRIO
El reciente descubrimiento de que
Sirio es, en verdad, un sistema estelar triple, está levantando todo
tipo de controversias. Y es que, lo que nuestra astronomía acaba de
reconocer, era ya sabido por pueblos antiguos como los egipcios o la
tribu de los dogones en Malí. Y lo sabían, al parecer, porque un día descendieron unos “dioses instructores” de ese sistema y se lo contaron.
Dos investigadores franceses, D.
Benest y J.L.Duvent, hacían público hace escasas semanas el resultado de
sus últimas investigaciones en torno a la estrella, la más brillante
del firmamento y ubicada a unos 8,7 años luz de la Tierra.
Según sus conclusiones Sirio es, en
verdad, un sistema estelar formado por tres estrellas y no por dos, como
desde mediados del siglo pasado asegura nuestra astronomía; y lo
pudieron averiguar al estudiar con detenimiento las variaciones en la
órbita del sistema de Sirio desde 1862 hasta nuestros días, lo que les
llevó a pensar que un tercer cuerpo estelar estaba influyendo en su
recorrido.
Benest y Duvent dedujeron, además,
que la nueva Sirio C es una enana roja, una clase de estrella quinientas
veces menos masiva que el Sol y muy poco brillante, para cuyo
descubrimiento óptico – que todavía no se ha confirmado – será necesario utilizar los más potentes telescopios en un futuro inmediato.
La conclusión a la que han llegado estos dos investigadores galos recientemente, era ya de sobra conocida por algunos de los pueblos más antiguos de África, como los egipcios y los dogones.
Estos últimos, que actualmente viven en la planicie de Bandiagara, en
las montañas Hambori de Mali veneran desde tiempos inmemoriales a la
estrella Sirio a la que parecen conocer hasta en sus detalles más
íntimos.
En 1931 el antropólogo francés
Marcel Griaule visitó por primera vez a esta tribu, descubriendo que en
sus tradiciones más sagradas y secretas se hablaba de una estrella
compañera de Sirio, a la que llamaban Po Tolo, y de la que sabían que
tarda cincuenta años en completar una órbita en torno a ésta y que,
además, es extraordinariamente densa, lo que es rigurosamente cierto.
Por si esto fuera poco, los dogones sabían de la existencia una tercera estrella a la que llaman Emme Ya
(y que corresponde a la recién descubierta Sirio C), de la que dicen es
“cuatro veces más ligera que Po Tolo aunque que tarda el mismo tiempo
que ésta en completar su órbita alrededor de Sirio A.
Aquellos conocimientos, que Griaule
completó quince años más tarde con otras investigaciones de campo que
realizó junto a la etnóloga Cermaine Dieterlen, fueron considerados en
principio pura mitología; pero aún con todo, en medios académicos,
escépticos como E.C. Krupp, director del Observatorio Criffith de Los
Ángeles y uno de los mas reconocidos especialistas mundiales en
arqueoastronomía, reconocieron que – además de su conocimiento sobre
Sirio – era difícil explicar cómo conocían también los anillos de
Saturno o las cuatro lunas galileas de Júpiter, descubiertas por Galileo
Galilei siglos después de que los dogones hablasen de ellas, gracias a su primer telescopio.
Los orígenes del saber
Además de los dogones, otros pueblos vecinos como los Bambara, los Bozo de Segu y los Miniaka de Kutiala, comparten desde tiempos inmemoriales idénticos conocimientos sobre Sirio,
en torno a cuyo sistema gira buena parte de la vida ritual de estas
gentes. Cada cincuenta años, por ejemplo, y cumpliendo estrictamente con
el “ciclo u órbita de Sirio B alrededor de Sirio A, estas tribus
celebran sus ritos de renovación a los que llaman Fiestas Sigui, en
honor a Sigui Tolo que es como conocen a Sirio A. Es entonces cuando
elaboran complejas máscaras de madera para celebrar la entrada del nuevo
ciclo, que después almacenan en un lugar sagrado y donde los
arqueólogos han podido encontrar piezas que datan, al menos, del siglo
XV. Ahora bien, ¿de dónde obtuvieron los dogones en‚ época tan remota
sus precisos conocimientos astronómicos?
Griaule y Dieterlen prefirieron
limitarse a describir aquello que les fue transmitido por los dogon, o
jefes de cada pueblo iniciados en el secreto de Sirio, sin hacer una
valoración de sus hallazgos. Pero en 1970 Cenevieve Calame-Griaule
publicó en un libro que tituló Génesis Negro, algunas de las notas que
su padre Marcel no se atrevió a dar a la luz. En ellas se describía como
los dogones creían en un dios hacedor del Universo al que llaman
Amma, que mandó a nuestro planeta a un dios menor, al que conocen como
Nommo, para que sembrara la vida aquí. Nommo descendió a la Tierra y
trajo semillas de plantas – describe una de las tradiciones recogidas
por Griaule de boca de un dogon llamado Ogotemmeli -, que habían ya
crecido en campos celestes… Después de crear la Tierra, las plantas y
los animales, Nommo creó a la primera pareja de humanos, de los que más
tarde surgirían ocho ancestros humanos, que vivieron hasta edades
increíbles.
La conexión egipcia
De Nommo, los dogones dicen también que era una criatura anfibia
– probablemente muy parecida al dios babilónico Oannes -, y que regresó
al cielo en un arca roja como el fuego después de cumplir con su tarea.
Pues bien, con todos estos datos, en 1976 Robert K.C. Temple, un
lingüista norteamericano miembro de la Royal Astronomical Society
británica y afincado en Londres, publicó un osado libro que tituló El
Misterio de Sirio, en el que aventuró que Nommo fue un extraterrestre
que dejó en la Tierra, hace entre siete y diez mil años, toda clase de
pistas sobre su origen estelar. “Cualquier otra interpretación de las citadas pruebas no tendría sentido", concluyó Temple. Y quizás no le faltase razón, pues sus argumentos, lejos de haber sido refutados con el tiempo, se ven reforzados por descubrimientos como el de Sirio C que ya anunció en su obra hace casi veinte años.
Pero el conocimiento del sistema
triple de Sirio no fue patrimonio exclusivo de los dogones y de los
pueblos vecinos, lo cual nos obliga a abrir aún más el radio de esa
supuesta influencia extraterrestre en el pasado. Los antiguos egipcios,
por ejemplo, mostraban una gran veneración hacia la “estrella del Perro”
o Sirio, que se encuentra en la constelación del Can Mayor. Fue sir
Norman Lockyer, astrónomo británico fundador de la revista Nature, el
primero en darse cuenta de que muchos templos egipcios estaban alineados hacia Sirio,
cuya aparición y desaparición en los cielos sirvió como base a uno de
los dos calendarios usados en Egipto. El primero de ellos era de uso
popular y de escasa complejidad matemática estableciendo la duración del
año en 365 días exactos, pero el basado en Sirio además de servir para
fechar cuestiones sagradas y dinásticas, se fundamentaba en
observaciones astronómicas extraordinariamente precisas y establecía la
duración del año en 365,25 días.
Se comprobó, por ejemplo, cómo
muchos de los templos egipcios, orientados hacia el sol naciente (lo que
dio pie a que los arqueólogos especulasen con la existencia de una
religión solar), estaban flanqueados por dos obeliscos que, ubicados en
un lugar previamente determinado, servían a los sacerdotes para ver
sobre la línea del horizonte por donde salía el sol a lo largo del año,
pudiendo marcar así el inicio de los solsticios de verano e invierno.
Aquel control del Sol sirvió a los egipcios para comprobar que había un día en el que Sirio y el Sol salían por el mismo punto.
Comprobaron igualmente que cada
cuatro años Sirio se retrasaba un día en acudir a su cita, lo que
originó el ciclo de Sirio o sóthico en honor de la diosa Isis o Sothis
que se cumplía cada 1460 años; es decir, pasado ese periodo de tiempo el
calendario sóthico y el vulgar volvían a coincidir al inicio del año
nuevo (1460 años X 0,25 días de error = 365 días).
Este calendario sóthico ha permitido fechar con precisión acontecimientos que sucedieron 43 siglos antes de Cristo, lo cual demuestra que hace ya más de cuatro mil años los egipcios conocían estos ciclos.
¿Cuándo, pues, hicieron‚ éstos sus
observaciones de Sirio para establecer su calendario? ¿Acaso fue este un
conocimiento llegado por los mismos dioses de los dogones y una nueva
pista sobre su origen?
La identificación de Sirio con la
diosa Isis (la Señora de los Dos Fuegos), refiriéndose a sus dos
estrellas más grandes, A y B, fue confirmada hace ya varias décadas por
los estudiosos Otto Neugebauer y Richard Parker. Lo que nunca supieron
interpretar fue el por qué‚ en la iconografía egipcia Isis iba a menudo
acompañada de las diosas Anukis y Satis, que ahora, desde luego, pueden
entenderse como Sirio B y Sirio C.
Otra clave simbólica puede tener que
ver con Osiris, mitológicamente hermano y compañero de Isis y
encarnación de la Tierra, cuyo nombre en jeroglífico es representado
frecuentemente como un ojo sobre o bajo un trono, lo que podría dar
lugar a pensar en la rotación de nuestro planeta (y, por ende, de todo
el sistema solar) en torno a Sirio. No en vano Kant definió a Sirio como
“el Sol de nuestro Sol“, hipótesis que llevó a muchos astrónomos decimonónicos a establecer la distancia entre Sirio y nosotros como “unidad astronómica". Y lo chocante es que los dogones conocían a Sirio A también como la “estrella sentada“. ¿Simple casualidad?.
Las pirámides apuntan al cielo
A ella no puede, desde luego,
recurrirse cuando se averigua – como hizo el astroarqueólogo ruso
Vladimir Rubtsov – que el antiguo vocablo iranio que se usaba para
referirse a Sirio era Tistrya, palabra que se origina en el vocablo
sánscrito Tri-Stri, y que significa tres estrellas! Es decir, que el conocimiento de que Sirio es un sistema estelar triple fue casi universal en nuestro más remoto pasado.
¿Pero por qué? ¿Quién difundió
semejante “secreto”? Los egipcios posiblemente hicieron evidente ese
secreto en la meseta de Giza, junto a El Cairo, precisamente gracias a
las tres monumentales pirámides que allí pueden contemplarse. No en vano
cada día son más los que creen que la Gran Pirámide fue en verdad un
templo – y no una tumba – dedicado a Isis, la diosa que encarna a Sirio
A, y en cuyas medidas y proporciones fundamentales se encuentran
encerrados saberes relacionados con el monumento original de la pirámide
de Micerinos, antaño cubierta por losas de granito de este color.
Por la misma regla de tres, la
ciencia algún día podría llegar a comprobar que las tres pequeñas
pirámides satélite que hay junto a la de Keops representan tres planetas
junto a Sirio A, al igual que las otras tres pirámides menores que
flanquean a Micerinos (Sirio C). Curiosamente esta disposición no sitúa
ninguna pirámide menor junto a Kefrén, quizá por lo que los astrónomos
ya saben: el enorme peso gravitacional de Sirio B hace imposible que
ningún planeta orbite en torno suyo sin ser fatalmente atraído hacia la
estrella.
Frente a esta hipótesis, en el
último año se ha acuñado otra no menos interesante. En 1994 los
investigadores Robert Bauval y Adrian Gilbert hacían público que tres de los cuatro canales de ventilación de la Gran Pirámide estuvieron orientados hacia estrellas concretas.
Así el canal norte de la cámara del Rey miró hacia Alpha Draconis, el
canal norte de la cámara de la Reina hacia la estrella más baja del
cinturón de Orión (las tres estrellas centrales de la constelación) , y
el canal sur de esta misma cámara hacia Sirio.
Su particular “descubrimiento” les llevó a formular su aventurada “teoría de la correlación con Orión” de la que se desprende que las pirámides de Giza son una réplica exacta del cinturón de Orión y
que el Nilo así como el resto de pirámides egipcias ocupan los lugares
correlativos a la Vía Láctea y otras estrellas importantes.
La orientación de los canales de la
Gran Pirámide corresponde – según Bauval y Gilbert – a la posición de
las tres estrellas citadas en el 2450 a.C, aunque la ubicación de las pirámides marca el lugar del cénit donde estuvo Orión en el 10450 a.C.
Una estrella fascinante
Lo que proponen ambos investigadores
para explicar esta diferencia cronológica es que, si bien la Gran
Pirámide fue erigida en el 2450 a.C. (perpetuando así la falsa tesis
arqueológica oficial de que fue construida por Keops), en cambio conmemoran un acontecimiento remoto que tuvo lugar en el 10450 a.C.
Pero, ¿cual? Independientemente de cual de las dos hipótesis para la
disposición de las pirámides de Giza está más próxima a la verdad, lo
cierto es que la vinculación de Sirio y Orión, al menos desde un punto de vista astronómico, es innegable,
pues los egipcios sabían que Orión se perdía tras el horizonte una hora
antes que Sirio, lo que sirvió de referencia también para el
establecimiento del calendario sóthico.
En definitiva, pese a toda la
evidencia expuesta, los historiadores prefieren seguir ignorando el por
qué de la fascinación que ejerció sobre los egipcios (y sobre otros
pueblos tan alejados de ellos como chinos o dogones) la estrella Sirio,
aunque todos ellos se esforzaron en aclararnos estas dudas en sus
templos y mitos: sus “dioses instructores” descendieron un día lejano de aquel sistema triple y habitaron este sistema solar.
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